domingo, 9 de abril de 2023

El hombre: un ser-para-el-amor

 


         De nada se habla tanto (y a veces tan mal) como del amor: la literatura, la música, el cine nos hace participes de amores imposibles o bucólicos, de amores furtivos y esquivos, de amores no correspondidos o apasionados… en cualquier caso nada como el amor, algo de lo que se nos juzgará en el atardecer de la vida.


            Pero, hablar del amor desde un punto de vista, si se quiere, filosófico es “complicar” una realidad a la que todos estamos llamados. El hombre es un ser-para-el-amor. Esa es la primera gran verdad con la que nos encontramos: creados por amor, creados para amar. 

        Así pues, amar a otro es amarle con sus defectos, no de una manera provisional o condicionada (“te quiero, siempre y cuando no tengas este defecto”) por eso debemos tener el empeño de hacer los momentos cotidianos amables para no sentirnos defraudados al descubrir los defectos: necesitamos entonces querer los defectos del otro y ayudarle a corregirlos y corregirnos. Algunos modos para conseguir esto puede ser adaptar las costumbres y gustos buscando aficiones comunes, sintiendo las necesidades del otro como propias: aunque sé que el otro es único e irrepetible, sufro cuando sufres, porque sufres, en activo, soy feliz si tú eres feliz. Además, debemos darnos cuenta de las necesidades del otro porque el amor exige atención. En definitiva, se trata de que el “yo” se convierta en un “tú” y en un nosotros. Entonces, es preferible ser parte de la solución que parte del problema porque si estamos agobiados, agobiamos; si estamos tristes, entristecemos; pero si estamos contentos, alegramos a los demás la vida. En definitiva, necesitamos creer, sentir, saber y querer que podemos conseguir las cosas: ¡hay que creérselo!

            Quienes aman de veras ponen en comunicación el núcleo más íntimo de sus respectivas realidades: el acto personal del ser. Lo que se ama es el ser de la persona querida desde y con el propio ser. Y, por tratarse de personas, los actos de ser de una y otra, si no propiamente eternos, son siempre inmortales.




            El amor interpersonal o nace eterno o lo hemos positivamente matado o es que en realidad no ha nacido: pues no puede confirmarse un ser-para-siempre de forma provisional: es un “te amo para siempre” o no te amo (o no es amor).


            Junto al anhelo incondicional de que viva, de que sea, el amor reclama para el sujeto querido que sea bueno, que viva bien. Lo natural para el sujeto humano es crecer. De manera que no cabe propiamente querer a nadie, confirmarlo en su ser, sin anhelar al mismo tiempo que la persona querida progrese más y más, desplegando de esta suerte toda la perfección pre-contenida en ella desde el momento en que fue engendrada. 

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