lunes, 14 de septiembre de 2015

Filosofofía y ciudadanía


“Si hay que filosofar, es preciso filosofar, y si no hay que filosofar,
es preciso igualmente filosofar; así pues, en cualquier caso es necesario filosofar. Si
existe efectivamente la filosofía, todos estamos obligados de cualquier forma a
filosofar, dado que existe. Pero, si no existe, aun en este caso nos vemos obligados a
investigar por qué no existe la filosofía; pero, investigando, filosofamos, porque
investigar es la causa de la filosofía” ARISTÓTELES



Más que la simple constatación de la desaparición de la metafísica, la descripción hecha por Hegel —hace ya casi dos siglos— parece haber sido una profecía sobre su futuro y definitivo olvido: “Lo que antes… se llamaba metafísica (Filosofía) fue, por así decir, totalmente arrancado de raíz y ha desaparecido del conjunto de las ciencias.” ¿Dónde se oyen o pueden oírse todavía las voces de la antigua ontología, de la psicología racional, de la cosmología e incluso de la antigua teología natural? ¿Dónde encontrarían todavía interés, por ejemplo, indagaciones sobre la inmaterialidad del alma, sobre las causas mecánicas y finales?

Efectivamente, hoy día, tras el neopositivismo y el pensiero debole —por no citar sino dos casos extremos—, se habla del fin de la filosofía en general: ya no hace falta siquiera molestarse en mencionar la total liquidación de ese saber de otros tiempos que recibió el curioso nombre de metafísica. Sin embargo, uno de los que establecieron —hace milenios— las “reglas” del quehacer filosófico, indicó que, si alguien se atreviera a negar su existencia y validez, se vería indefectiblemente envuelto en un discurso de estricto carácter filosófico —quizá por eso, hoy muchos no niegan la filosofía, simplemente la ignoran—, e incluso se atrevió a añadir que el objeto de ese saber siempre sería tema de investigación.

Es, pues, claro que, desde el mismo nacimiento de la filosofía, no han faltado quienes le hayan negado el derecho a la existencia, como si ella no fuese más que una vana e inútil ilusión de la razón. Sin embargo, su vitalidad multisecular es una buena prueba de que algo muy especial pasa. Más aún, no sólo en tiempos pasados, cuando era llamada —sin ironía— reina de las ciencias, se la consideraba el saber fundamental, sino que incluso en nuestro siglo, algunos —y no precisamente los más torpes— se han atrevido a decir que en ella se juega el destino de Occidente y que la crisis vital de la humanidad europea es, en definitiva, una crisis filosófica, en la que el cientifismo, el escepticismo y el irracionalismo han quebrado la confianza en la razón, al negar la posibilidad de un conocimiento estricto del mundo real.

Sin embargo, en todas las épocas, en todos los lugares, se repiten determinadas cuestiones. Son una especie de obsesión del ser humano. Son preguntas relacionadas, normalmente con el concepto de ser: ¿por qué existe todo? ¿Ha de existir para algo? ¿Podría no haber nada? ¿Existe Dios? ¿Existe el alma? Así, tratando de dar respuesta a estas preguntas, llegamos a otras que, a su vez nos llevan a otras. Tras muchas preguntas, llegamos a algunas respuestas, aunque, desde luego nunca a todas. La filosofía va planteando y respondiendo preguntas, pero cuando estas se van complicando, cuando de un mismo asunto, surgen multitud de preguntas y respuestas, entonces parece que nace una ciencia específica que se ocupa de ello, y deja de ser competencia de la filosofía el estudio de las preguntas y respuestas de ese ámbito del saber.

La ciencia y la filosofía fueron exactamente lo mismo hasta casi el siglo XVII, pero en ese momento, el ser humano cree que se acerca, más que nunca, a respuestas muy exactas, con poco error. La ciencia “pretende” ser eso, un tipo de saber que proporciona respuestas más certeras que otros tipos de saber. Pero no toda respuesta a toda pregunta es filosófica o científica. Se entiende que la filosofía nace cuando la respuesta a las cuestiones es de tipo racional. La ciencia también da respuestas racionales pero, además, estas siguen un esquema, un orden. Siguen lo que se conoce como Método Científico.

Pero cabría discutir si cuando una respuesta es científica deja de ser filosófica. Esto es, discutir si la filosofía solo puede encargarse de aquellas cuestiones que la ciencia “todavía” no puede resolver (ética, filosofía del lenguaje, metafísica...) o también debería de hacer una función de enlace, puente o conexión entre las distintas disciplinas científicas. Incluso, si los filósofos deben trabajar codo con codo con los científicos, estudiando y aplicando, por ejemplo, estructuras generales de unos ámbitos en otros, para ayudar así a un mayor avance de la ciencia.


A lo largo de este curso nos familiarizaremos con las principales cuestiones y las respuestas a las mismas que ha planteado y plantea la filosofía, así como con algunos de los autores más influyentes a lo largo de su historia.

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