“Si hay que
filosofar, es preciso filosofar, y si no hay que filosofar,
es preciso
igualmente filosofar; así pues, en cualquier caso es necesario filosofar. Si
existe efectivamente
la filosofía, todos estamos obligados de cualquier forma a
filosofar, dado que
existe. Pero, si no existe, aun en este caso nos vemos obligados a
investigar por qué
no existe la filosofía; pero, investigando, filosofamos, porque
investigar es la
causa de la filosofía” ARISTÓTELES
Más que la simple constatación de la desaparición
de la metafísica, la descripción hecha por Hegel —hace ya casi dos siglos—
parece haber sido una profecía sobre su futuro y definitivo olvido: “Lo que antes… se llamaba metafísica
(Filosofía) fue, por así decir, totalmente arrancado de raíz y ha desaparecido
del conjunto de las ciencias.” ¿Dónde se oyen o pueden oírse todavía las
voces de la antigua ontología, de la psicología racional, de la cosmología e
incluso de la antigua teología natural? ¿Dónde encontrarían todavía interés,
por ejemplo, indagaciones sobre la inmaterialidad del alma, sobre las causas
mecánicas y finales?
Efectivamente, hoy día, tras el neopositivismo y el
pensiero debole —por no citar sino dos casos extremos—, se habla del fin
de la filosofía en general: ya no hace falta siquiera molestarse en mencionar
la total liquidación de ese saber de otros tiempos que recibió el curioso
nombre de metafísica. Sin embargo, uno de los que establecieron —hace milenios—
las “reglas” del quehacer filosófico, indicó que, si alguien se atreviera a
negar su existencia y validez, se vería indefectiblemente envuelto en un
discurso de estricto carácter filosófico —quizá por eso, hoy muchos no niegan
la filosofía, simplemente la ignoran—, e incluso se atrevió a añadir que el objeto
de ese saber siempre sería tema de investigación.
Es, pues, claro que, desde el mismo nacimiento de
la filosofía, no han faltado quienes le hayan negado el derecho a la
existencia, como si ella no fuese más que una vana e inútil ilusión de la razón. Sin embargo, su
vitalidad multisecular es una buena prueba de que algo muy especial pasa. Más
aún, no sólo en tiempos pasados, cuando era llamada —sin ironía— reina de las
ciencias, se la consideraba el saber fundamental, sino que incluso en nuestro
siglo, algunos —y no precisamente los más torpes— se han atrevido a decir que
en ella se juega el destino de Occidente y que la crisis vital de la humanidad
europea es, en definitiva, una crisis filosófica, en la que el cientifismo, el
escepticismo y el irracionalismo han quebrado la confianza en la razón, al
negar la posibilidad de un conocimiento estricto del mundo real.
Sin embargo, en todas las épocas, en todos los
lugares, se repiten determinadas cuestiones. Son una especie de obsesión del
ser humano. Son preguntas relacionadas, normalmente con el concepto de ser:
¿por qué existe todo? ¿Ha de existir para algo? ¿Podría no haber nada? ¿Existe
Dios? ¿Existe el alma? Así, tratando de dar respuesta a estas preguntas,
llegamos a otras que, a su vez nos llevan a otras. Tras muchas preguntas,
llegamos a algunas respuestas, aunque, desde luego nunca a todas. La filosofía
va planteando y respondiendo preguntas, pero cuando estas se van complicando,
cuando de un mismo asunto, surgen multitud de preguntas y respuestas, entonces
parece que nace una ciencia específica que se ocupa de ello, y deja de ser
competencia de la filosofía el estudio de las preguntas y respuestas de ese
ámbito del saber.
La ciencia y la filosofía fueron exactamente lo
mismo hasta casi el siglo XVII, pero en ese momento, el ser humano cree que se
acerca, más que nunca, a respuestas muy exactas, con poco error. La ciencia
“pretende” ser eso, un tipo de saber que proporciona respuestas más certeras
que otros tipos de saber. Pero no toda respuesta a toda pregunta es filosófica
o científica. Se entiende que la filosofía nace cuando la respuesta a las
cuestiones es de tipo racional. La ciencia también da respuestas racionales
pero, además, estas siguen un esquema, un orden. Siguen lo que se conoce como
Método Científico.
Pero cabría discutir si cuando una respuesta es
científica deja de ser filosófica. Esto es, discutir si la filosofía solo puede
encargarse de aquellas cuestiones que la ciencia “todavía” no puede resolver
(ética, filosofía del lenguaje, metafísica...) o también debería de hacer una
función de enlace, puente o conexión entre las distintas disciplinas
científicas. Incluso, si los filósofos deben trabajar codo con codo con los
científicos, estudiando y aplicando, por ejemplo, estructuras generales de unos
ámbitos en otros, para ayudar así a un mayor avance de la ciencia.
A lo largo de este curso nos familiarizaremos con
las principales cuestiones y las respuestas a las mismas que ha planteado y plantea
la filosofía, así como con algunos de los autores más influyentes a lo largo de
su historia.
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